Pío Baroja, médico y escritor, escritor y médico, fue uno de los miembros de la Generación del 98, aquella tan seria e importante a la que le dolía España. En cuanto me enteré de que era médico y tenía un libro titulado El árbol de la ciencia que seguía a un joven estudiante de medicina quise leerlo. Lo hice y quedé un poco espantada: ¿eran así las cosas de la medicina a finales del XIX en España? Convertí este desconcierto en la pregunta de mi Monografía, un trabajo de investigación de más de 3000 palabras que tuve que realizar por estar en el Bachillerato Internacional. Paso a resumir del modo más ameno posible aquí, en el número 5 de la Revista ADN.
En los libros, podemos encontrar mundos que existieron en la vida real, vistos desde diferentes perspectivas, pero también mundos inexistentes y algunos distópicos, entonces, ¿por qué podía haber sospechado yo al leer El árbol de la ciencia que aquello que se contaba tenía algo del mundo real del fin de siglo? Por tres razones: la primera, la proximidad de los hechos que se cuentan con los años en que debió de componerla el autor, Pío Baroja; la segunda, por el estilo realista de la narración; y tercera, por el carácter autobiográfico de la novela. Pío Baroja nace en 1872 y, según Francisco Fuster, comienza la novela El árbol de la ciencia en 1909, terminando de corregir en 1911, el mismo en que se publica. Ocurre que la novela recoge acontecimientos que se sitúan en el mismo período de tiempo en el que vivió el escritor, el ejemplo más elocuente de ello es la mención al desastre del 98 que justamente da nombre a la Generación 98. Si hacemos cuentas no existe una gran diferencia entre la época en la que se publica y el tiempo externo de la obra, pues la distancia máxima es de 21 años. Sobre el carácter autobiográfico de la novela, el propio autor escribe en Juventud y Egolatría que en El árbol de la ciencia aparece una contrafigura suya, y que la novela es como una recapitulación. Y así es, como el protagonista, Baroja fue estudiante de Medicina en Madrid, se graduó y ejerció como médico rural: comenzó la carrera de medicina en 1887, la terminó en 1893, consigue el doctorado en 1894 y ejerce como médico hasta 1895. Asimismo, en la novela aparecen personajes que existieron, como Letamendi que fue profesor suyo en Valencia, y experiencias que sucedieron a Baroja, como la visita al hospital San Juan de Dios. Finalmente, el estilo de Pío Baroja se caracteriza por ser sencillo, directo y preciso. Su compañero Azorín expresa, acerca de su estilo característico, la gran influencia de sus estudios profesionales en él: los “libros de patología y de clínica que ha leído en la Facultad de Medicina le han ayudado mucho para desentenderse del estilo dominante de su época y llegar a crearse una prosa de diagnóstico; una prosa precisa, clara, exacta, incisiva, profunda”. Este estilo, más preocupado por ser preciso que por hacerlo bonito, acrecienta el valor testimonial de El árbol de la ciencia.
Pero, ¿qué cuenta El árbol de la ciencia? La vida de su protagonista, Andrés Hurtado, quien aparece como contrafigura del autor, estudiante de medicina primero, médico después, huérfano de hijo y esposa, y finalmente, desilusionado de la vida. Como estudiante Andrés concluye con que “su preparación para la Ciencia no podía ser más desdichada”: los profesores, según Hurtado, eran muy viejos y “no los jubilaban por sus influencias y por esa simpatía y respeto que ha habido siempre en España por lo inútil”, y alega Andrés Hurtado: “el español todavía no sabe enseñar; es demasiado fanático, demasiado vago y casi siempre demasiado farsante”. La experiencia en el Hospital San Juan de Dios no fue mejor: la sala de mujeres a la que fue asignado se encontraba en mal estado y el médico de la sala era cruel con las enfermas. Era tal la indignación que experimentaba Hurtado hacia las bestialidades del médico, que finalmente abandona el hospital violentamente: al médico sólo le interesa el dinero. Dicha impresión se vuelve a mostrar cuando Hurtado pasa por Alcolea y tiene un altercado con el Dr. Sánchez que en lugar de agradecerle que salvara la vida de un paciente le reprocha que le haya robado una cliente. Finalmente, Andrés consigue una plaza como médico de higiene en Madrid lo que sólo le sirve para comprobar lo podrida que estaba la sociedad: llegaban al hospital prostitutas en terribles condiciones, y era tal la corrupción, que la misma policía estaba confabulada con casas de prostitutas para que aquellas que quisieran escaparse no pudiesen. Finalmente en lo personal, Andrés no puede salvar la vida de su hermano pequeño, ni la de su esposa Lulú ni la de su hijo, muertos los dos en el parto. En el libro uno de los médicos que atendió a Lulú durante el parto expresa que “quizás esta mujer, en el campo, sin asistencia ninguna, se hubiera salvado”. Tras escuchar estas palabras Hurtado decide suicidarse.
El mensaje es desolador: la medicina no va a resolver los problemas de la humanidad, no sirve para ayudar a las prostitutas a que huyan de su horrible vida, no salva a su hermano Luisito, tampoco salva a Lulú, ni a su hijo. Y, finalmente, tampoco le salva a él. ¿Era la medicina en la realidad de aquella España de fin de siglo, tan mala? Parece que no.
Mientras Baroja recoge todas estas experiencias, Santiago Ramón y Cajal obtiene el primer premio Nobel de Medicina español en 1906, cinco años antes de la publicación de El Árbol de la Ciencia. ¿Acaso este acontecimiento no refuta el testimonio de El árbol de la ciencia? Podría considerarse que Baroja no llegó a ser objetivo en lo que escribió y que se dejó llevar por sus experiencias. Afirmación acentuada por la carta que Ramón y Cajal escribió a Pío Baroja, que no entregó, donde se observa además que no tenían una buena relación. “Usted no es español —le escribe Santiago Ramón y Cajal—. Con un cinismo repugnante trató Vd. de eludir el servicio militar mientras los demás nos batimos en Cataluña, fuimos a Cuba, enfermamos en la manigua, caímos en la Caquexi Palúdica y fuimos repatriados por inutilizados en campaña, y luego, enfermos, tratamos de estudiar y trabajar para enaltecer a la patria, no con noveluchas burdas, locales, encomiadoras de condotieros y conspiradores vascos, sino luchando con la ciencia extranjera a brazo partido. Si yo fuera Gobierno a los malos españoles, como Vd. que cifra su orgullo y tiene a fruición depreciar los prestigios de la raza española, los condenaría a pena de azotes y después a una desecación lenta pero continua en Costa de Oro. Creo que así nos dejarían en paz.”.
Mientras que Baroja expresa a través del libro lo inútiles que eran los profesores, Ramón y Cajal escribe en sus memorias que “todos sembraron algo útil en mi espíritu y a todos estoy cordialmente reconocido”. A pesar del atraso médico español respecto al avance médico europeo, en los últimos años del siglo XIX se produjo un gran desarrollo de la medicina. Según López Piñero en Las ciencias médicas en la España del siglo XIX distingue tres etapas, siendo el tercer periodo a partir de 1868 en el que “se recupera el nivel científico medio e incluso reaparecieron algunas líneas de investigación original”.
Así es en 1875, por ejemplo, año en que se producen en España varios acontecimientos científicos. El primero: la creación de la Institución Libre de Enseñanza que será un gran centro académico impulsor de la ciencia en España. El segundo: Ignacio Bolivar, entomólogo, es nombrado director del Museo de Ciencias Naturales e impulsa la investigación citogenética. Asimismo, Pedro Mata y Fontanet estudió en París junto al padre de la toxicología, Mateo Orfila, quien se licenció en la misma universidad valenciana que Baroja a principios del siglo XIX. Años más tarde Santiago Ramón y Cajal dio a conocer sus investigaciones a la comunidad internacional en 1889 en el Congreso de la Sociedad Anatómica Alemana celebrado en Berlín.
En conclusión, aunque Baroja ha dejado claro en su libro que la medicina en España es pésima, Ramón y Cajal aparece como ejemplo para refutar y mostrar que también en España se están haciendo avances científicos, además de los datos acerca de los avances médicos que se produjeron en el último tercio del s. XIX. Por ello, sería erróneo aceptar sin restricción las críticas de Baroja a la universidad de su tiempo, a sus profesores y a la medicina.
Se puede afirmar que la medicina en España aparece retratada por Pío Baroja en El árbol de la ciencia de manera pesimista. Dicho pesimismo respecto a la sociedad podría deberse al movimiento Regeneracionista que surgió debido al ‘desastre del 98’ y que expuso la necesidad de revitalizar España e impedir que volviera a suceder otro desastre como el del 98. La generación del 98 era un grupo de literatos, preocupados por España y que “expresaban una visión pesimista de la realidad española”. Baroja escribió: “Cierta inclinación natural por la tristeza, un instinto vago de misticismo, llevaron a mi espíritu a esos negros pasajes intelectuales en donde el dolor vibra, los sufrimientos se retuercen como raíces secas, y la angustia y la fiebre dominan por todas partes.”
Esto se ve acentuado por el tema que escoge Baroja para su tesis, el dolor, donde no solo expone cuestiones científicas sino también filosóficas. Entre las que destaca la idea de que “el dolor es el conocimiento consciente de la vida” y donde se expone que “en la fisonomía del hombre que sufre, veremos que a la que más se parece es a la fisonomía del hombre que piensa”. Es decir, “el dolor es una función intelectual tanto más perfecta cuanto más desarrollada está la inteligencia”. Y así, para Baroja ser inteligente es tomar conciencia del dolor y observar lo que genera dicho sentimiento, en lugar de lanzarse a un optimismo inconsciente.
En definitiva, parece que la actitud pesimista de Baroja no sólo se debe a la generación a la que perteneció, sino también a la actitud intelectual que defendía: soy muy crítico porque soy muy inteligente y como soy muy inteligente, sufro mucho. Por tanto, no es de extrañar que muestre una actitud pesimista de la medicina en El árbol de la ciencia.
En ocasiones, la literatura consigue acercarnos mucho más a la realidad de tiempos pasados que la historia. Pero no parece que sea el caso de El árbol de la ciencia. El árbol de la ciencia hace un retrato personal y pesimista del estado de la medicina española a finales del s. XIX, y refleja que en aquel momento histórico el estado de la medicina es muy precario en su docencia, muy retrasado en ciencia y mezquino en su práctica. No obstante, testimonios científicos y personales, como el de Santiago Ramón y Cajal, contradicen el retrato creado por Baroja acerca de la medicina en su tiempo. Siendo así, ¿por qué Baroja expone la medicina de finales del s.XIX de forma tan negativa? Es posible que se deba a su propio carácter, más enfocado al dolor y al pensamiento crítico como se observa en su tesis, y por su correspondencia a la generación del 98, cuyo rasgo principal fue el pesimismo por España. Es por ello que se podría considerar que el libro se ve teñido por un sentimentalismo y un carácter autobiográfico no tan objetivo.
A pesar de ello, la novela no pierde su valor, pues aún cuando retrata un estado de la medicina negativo y pesimista, refleja con precisión la frustración de quienes estiman el progreso científico como propulsión para la mejora social y personal. Los médicos no son mejores personas por su conocimiento científico y los pacientes no logran escapar del dolor a través de la medicina.
EMMA PÉREZ ÁLVAREZ (Promoción 2023).