Soy feliz al saber que hay gente contenta y llena de esperanza gracias a Dios. Que hay gente buena, honrada, generosa… gracias a Dios. Sin embargo, yo no soy creyente. Mi postura es similar a la del filósofo Alain De Botton al defender el “ateísmo 2.0”, es decir, no creo que exista un Dios como tal pero sí creo que podemos aprender mucho de las instituciones religiosas y reconocer la belleza del arte, de la arquitectura y de la música como expresión de nuestra espiritualidad.
No creo por el simple hecho de que no creo en algo que no puedo ver, que no hay pruebas empíricas ni tampoco racionales que lo demuestren. Por ejemplo, sabemos que nadie puede volver a vivir después de haber muerto. Ninguna persona puede separar un mar, ni curar a un ciego. Pienso que los seres humanos siempre hemos necesitado buscar un apoyo, una esperanza que nos impulsara a seguir hacia adelante, y eso ha sido igual tanto en la antigüedad como en nuestros días. La experiencia me dice (y esto lo confirman numerosos estudios científicos) que las personas más creyentes son aquellas que más dificultades han tenido a lo largo de su vida. ¿Por qué? Porque podrían entrar en una depresión si no tuviesen esa esperanza de que van a tener apoyo, una ayuda de alguien poderoso. Frente a esta idea pienso que, si Dios existiera, sería algo malvado. No tiene sentido suponer que existe un ser todopoderoso y que al final en el mundo estén pasando más cosas malas que buenas.
Considero que Dios desprestigia al ser humano y la ciencia como producto de su racionalidad. Cuando sucede una acción buena, ¿a quién lo debemos agradecer? ¿A Dios? Supongamos que una chica se ha curado del cáncer de mama; los creyentes le quitan todo el valor a la ciencia, a los medicamentos, a los médicos y dicen que todo ha sido obra del Señor. Pero, ¿no se dan cuenta? Siento decirles que, sin ayuda de los médicos, del desarrollo de la ciencia y la tecnología, no se hubiera podido curar del cáncer. Ha sido gracias a la evolución del ser humano y al desarrollo de su inteligencia. Por eso no estoy de acuerdo con posturas teológicas, como la de Tomás de Aquino, que defienden la necesidad de Dios como causa primera y final. El progreso no surge de un ser todopoderoso, sino de la propia humanidad.
Yo fui creyente, no tan creyente como mi familia, pero lo fui. Da la coincidencia de que empecé a creer mucho más cuando tuve un problema familiar bastante grave. A los doce años comencé a sufrir una fuerte depresión y, por más que le pidiese ayuda a Dios, seguía igual o incluso peor. Tan mal que hasta hace unos meses estuve tomando antidepresivos, medicamentos para la ansiedad… Desde los doce a los diecinueve años no vi el “milagro” de acabar con la depresión que los creyentes tanto me decían que esperase, y entonces me di cuenta: con Dios no he podido curarme, con la ciencia sí.
Por otro lado, me parece que la religión fomenta el machismo. En la Biblia se dice que la mujer tiene que servir al hombre y cuidar a su marido. Estas ideas son bastante retrógradas. Además, la Iglesia fomenta la homofobia, algo que resulta aparentemente contradictorio con el dogma: afirman que solo Dios nos puede juzgar, sin embargo, ellos son los primeros que lo hacen en base a una idea de amor limitada únicamente a la unión entre un hombre y una mujer. La sociedad actual sigue mostrando estas desigualdades, porque las religiones han perpetuado una imagen de la mujer y del hombre distintos, con roles diferentes. ¿Por qué tiene que ser Dios un hombre todopoderoso? ¿Por qué la persona que causó todos nuestros pecados fue una mujer?
Saray Chicue 2º F Bach.