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Me llamo Iqbal

11 de febrero de 2020, por editorial1

  • Seguramente no me conoces.

A ver si con mi apellido, te aclaras: Soy Iqbal Masih.

  • ¿Tampoco?

Bueno, no me extraña, Masih es un apellido corriente en Pakistán; tal vez conozcas a otros…

  • Además, me dispararon por la espalda a bocajarro, hace 25 años.
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El caso fue sonado, porque en 1995 Iqbal Masih acababa de viajar a Suecia y Estados Unidos, invitado por varias oenegés para participar en una campaña de denuncia internacional por la situación de la infancia en Pakistán. Y no se trataba de reivindicar a niños pobres, desnutridos o abandonados. ¡No! Eran niños esclavos, a menudo vendidos por sus familiares a empresarios de telares de alfombras y similares que les obligaban a trabajar mucho a cambio de nada. 

  • Oye, ¿te imaginas con 8 años trabajando 12 horas sin parar, agachado o encorvado casi todo el tiempo, y así 6 días y medio a la semana? 
  • El caso es que mis padres se habían endeudado.

No les culpo de mi mala suerte, porque simplemente hicieron lo que ya habían hecho antes otros muchos padres: Me vendieron a un fabricante para sobrevivir. 

Iqbal pasó a ser una piecita invisible de la gigantesca máquina de la división internacional del trabajo que, en tantos países, suministra mano de obra muy barata para que el comercio global oferte a bajo coste todo tipo de gangas y promociones del 3×2. En sombríos talleres urbanos de Lahore y otras grandes y medianas ciudades pakistaníes, los niños esclavos agostan su infancia a la vista de todos: Políticos, policías, consumidores, agentes comerciales extranjeros…todos simulan no ver.

  • ¡Anda, pues a mí sí que se me abrieron los ojos muy pronto! Yo quería dejar el taller, ser libre y estudiar. 
  • Claro que recibí palizas, pero, al fin, a la tercera intentona, conseguí fugarme. Y empecé a sobrevivir en la calle…porque si volvía a mi casa, se acababa todo.
  • Y, ¿sabes?, entonces encontré a Eshan Ullah Khan, un abogado grande con un bigote más grande todavía, que se dedicaba a liberar niños esclavos.
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El Frente para la Liberación del Trabajo Forzado, la organización de Eshan, se había creado para presionar al gobierno y al parlamento de Pakistán para que legislaran contra la esclavitud infantil e hicieran cumplir la ley. Consiguieron lo primero, pero lo segundo era más complejo. Así que los miembros del Frente se lanzaron a una campaña calle a calle para reunir a los niños explotados y darles a conocer sus derechos, incluso se acercaban a los talleres y persuadían a los patronos a que mejorasen la situación de los niños. Se trataba de mentalizar a explotados y explotadores.

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  • Yo tenía 10 años y un cuerpecito de birria, pero un día me levanté en la asamblea de los niños y hablé. Les conté mis sueños, grité que no éramos esclavos y que debíamos apoyar al Frente.
  • ¡No sabes qué éxito! Como era un niño esclavo y contaba mi experiencia, resultaba irrebatible. Y nos iba muy bien, porque cada vez más gente escuchaba al Frente.
  • ¡Gracias, Eshan! 

La actividad del Frente traspasó las fronteras de Pakistán. El gobierno recibió muchas presiones que acusaban al Frente de denigrar a Pakistán en el extranjero. La situación se fue complicando. Pero Eshan y los dirigentes del Frente pensaban que la campaña contra el trabajo infantil debía internacionalizarse y propusieron a Iqbal Masih aceptar la invitación a recibir un premio en Suecia a favor de los derechos de la infancia. Fue la gota que colmó el vaso.

  • Regresaba muy contento a mi aldea: ¡Iba a visitar a mi familia después de tanto tiempo! 
  • Aunque no te lo vayas a creer, yo me sentía ya mayor, con una misión que cumplir: Liberar a mis compañeros, los niños esclavos.
  • Que ¿qué hice en el extranjero? Me pareció otro mundo. Probé la coca-cola y te diré que no está mal.
  • Pero, de verdad, lo del extranjero me trae sin cuidado, ¡no tengo más que 12 años! y los fotógrafos y periodistas me tratan como si llevara pantalones cortos.

Su bicicleta quedó tirada y girando su rueda delantera durante un rato en el camino solitario. El niño yacía boca abajo en un charco de sangre. Fueron solo dos tiros por la espalda a bocajarro y el corazón de Iqbal dejó de latir y de soñar. Era el 16 de abril de 1995.

Iqbal corría hacia su casa relamiéndose en la gran cena de Pascua que iba a celebrar su familia tras la misa en la aldea (porque en el gran gigante islámico de Asia central, Iqbal pertenecía a la minoría católica). El gobierno pakistaní no movió un dedo para hacer justicia. Nunca se encontró al asesino. Se especula que había sido pagado por los fabricantes de alfombras. Y poco después, Eshan Ullah Khan fue expulsado de su país, convirtiéndose en el primer refugiado por luchar a favor de los niños esclavos, mientras la policía desmantelaba la organización.

  • Oye, no te apures, que yo estoy muy bien aquí arriba. Claro que luchar por la libertad y la justicia tiene sus riesgos, pero el premio y la victoria están asegurados. ¡Porque el corazón y el bien pueden más que las pistolas!
  • Si no te lo crees, entra en mi Instagram (@iqbalviveenelparaíso) y lo verás.

Consulta este vídeo 

UNA OPINIÓN SOBRE EL LIBRO

http://yoleiunlibro.blogspot.com/2017/01/resena-iqbal-masih-lagrimas-sorpresas-y.html

José Javier Lasunción. Departamento de Geografía e Historia

Número de la revista: Número 1 - Sección de la revista: Ciencia y cultura - Idioma del artículo: Español

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